Acaso suceda una velada otoñal. Abril parsimonioso despojará a los árboles de su follaje con desgano, demorado por la revolución climática del sobrecalentamiento. Por la ventana, el barrio comenzará a descubrirse lento, apacible, mientras se despuebla de gente que rumbo hacia ningún lugar conocido por mi, dejarán las calles a merced de la hojas cobreadas o doradas que se desplazarán por voluntad del viento. La lluvia regará con ahínco, como si se resistiese a que el otoño irremediable termine de dibujar el esqueleto escuálido de tipas, fresnos, gomeros y jacarandaes que, parados en la vereda no harán sino entregarse al desabrigo imposible del invierno que en nada se hará de la ciudad, el barrio y cada rincón de tu zona.
Probablemente algún furtivo pensador podrá imaginarse al contemplar tu ventana que allí dentro, como siempre a contracorriente, me dispondré a tu voluntad de por fin invitarme a recorrer la extensión de tu piel suave, dulce, sabia, ávida, morena. Ni la noche ni el día transcurrirán de forma normal, el tiempo podrá transcribirse en la posible cronología asincrónica del después, o el antes de, de una vez. El cansancio físico de alguna forma potenciará el fracaso o el después de hora o el ninguno de estos momentos es preciso. Pero desde la calle llegará el sonido de la ajetreada marcha de algún que otro auto que, al doblar la esquina, me rescatará en la esperanza de que si alguien aun permanece despierto, entonces aún también tendré tiempo para recibirte y entregarme, excavándote con el último impulso aún no deshojado de energías.
La hora del sosiego comenzará justo un instante después de que la compulsión cadente cese de nuestros músculos y el cuerpo, en su dimensión jamás antes reconocida, cobijará el alma completa de nuestra realidad ahora intercambiada. Todo me sabrá a distinto y nuevo, pero como esperaré que fuese, así simplemente, como si nada antes hubiese servido de ninguna referencia. Una primera vez para ambos. No habrá antes, ni mejores. Reconoceré que nada he aprendido y que todo me será adquirido en el instante preciso de abrazarte de piel a piel.
Acaso nos aborde el invierno y la primavera y el verano y todo lo sucesivo, practicándonos y aprendiéndonos en estos placeres de la entrega. Ojalá aceptes la invitación a que nos suceda cada vez, en cada momento, en cada caricia y en cada uno... el otro.
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