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Mostrando entradas de enero, 2009

Quién es quién...

De pronto alguien golpeó la puerta como para derribarla. Me apresuré a atender con el afán de regañar a quien golpeaba con tanto violencia. Al abrir, me encontré con una hermosa desconocida que destilaba desesperación por todos sus poros. - ¡Mi nombre es Alejandra y Pepe Galliano me dijo que me ayudarías! Por favor dejame pasar... - dijo agitada y mirando a los lados como si la persiguiese alguien. - Entiendo. Pasá, tranquilizate y contame en qué puedo ayudarte. - ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Tenía miedo de que no me recibieras. Cerrá la puerta, por favor... No sé bien por dónde comenzar. Es largo... - su nerviosismo era conmovedor. - Por decirme quién es Pepe Galliano, estaría bien.- le contesté, mientras le alcanzaba un vaso de agua.  

Autocrítica

Gracias Martín Sakamoto, por darme el pie para escribir éste intento de relato, que si bién no es autobiográfico, bien podría serlo. Celebro tu amistad. Gustavo Camacho. Un sábado a la mañana de la primavera del ochenta, me voy a la estación del ferrocarril en San Pedro, tenía en ese entonces casi catorce años. Estaba algo bajoneado y el tren era un objeto que me desahogaba. Era un símbolo de esperanza. Algo así como mi salvador rampante que venía y me daba la oportunidad de salirme de toda la mierda del pueblo, de la chatura. Allí estuve un rato en un banco del anden, distraído y planeando cómo robarme el tremendo reloj que colgaba justo en el medio del alero. Era un reloj doblecara, inglés, de la marca B.A y R. Gillett & Co., de cuadrante blanco circular y con los números romanos en negro, el marco era de madera pintada de rojo. Una verdadera belleza. Esto de ir y sentarme planificando el robo era algo que me gustaba mucho. Nunca consideré eficaz o viable, ninguna de las formas

Inútilmente

Perdí en mi cama la conciencia de mis sueños como el melonero que desbarranca su carro, como el encantador que se inyecta la serpiente, como el pescador en las redes del alcohol. Abandoné en mis letras la razón de mis palabras como el carpintero recostado en el baldío, como el pregonero al morder su propia lengua, como el cazador suicidado de un disparo. Negué a mi suerte el festejo de su encuentro como el aventurero que no sabe dónde está, como el marinero encallado en la bajante, como el comediante en su trágico final. Vacié los rojos deseos de mi boca sin verbos como la bestia que tropieza con su huella, como el mentiroso devoto de sus fábulas, como el titiritero que amputa sus manos. Y en esta cruzada de mí contra mí mismo, renegué de la vida inútilmente, porque en el vacío final y oblicuo tu mano... tu leve mano desparramó en mi espalda una caricia.