Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de diciembre, 2008

Ofelia

Era regordeta y sus manos eran fuertes para fregar y fregaba sus mañas y la roña extraña de la ropas ajenas. Era malhablada y su lengua era ligera para deletrear y leía lo que no entendía y enseñaba a hablar a hijos ajenos. Era carnal y sus piernas eran firmes para amar y amaban con frecuencia y abrigaba en ellas hombres ajenos. Era generosa y su espalda era ancha para cargar y cargaba los trastos y dejaba su orden en casas ajenas. Era reservada y sus ojos prontos para fluir y lloraba con rabia y sufría con furia dolores ajenos. Era decidida y se sabía madre de sus hijos y de los hijos de sus hijos y construía su casa blanca con patio. Ofelia, era así hace un tiempo. Casi todo el tiempo que ya pasó. Hoy, teje otros sueños con el estambre hilado con sus manos débiles, con su lengua mordida, con sus piernas temblorosas, con su espalda inclinada y con sus ojos cortos que intentan mirar a través del ruido que sus propios nietos orquestan en su

La extraño

Besó mis besos sobre estos labios que la besaban con la vida que apenas se sostenía en el aliento. Acarició mis manos sobre estas caricias que la acariciaban con la vida que apenas se mantenía en el pulso. Sonrió mis sonrisas sobre estas sonrisas que la sonreían con la vida que apenas se alegraba en su alegría. Habló mis palabras sobre estas palabras que le hablaban con la vida que apenas se pronunciaba en el verbo. Sintió mis sentidos sobre estos sentidos que la sentían con la vida que apenas cobraba sentido en el sentir. Vivió mis vidas sobre estas vivencias que la vivieron con la vida que apenas vivificaron mi última muerte. Y ahora, ahora mismo, la extraño.    

Ignorancia

Ella, parió los hijos morenos obsequiando su vientre fértil a él que nada sabía -ni quería- de sus crías. Se quedó sola y luchó por el pan en las bocas vacías torciendo la suerte de la pobreza ni concebida. Se rompió las manos golpeando puertas en muros sordos, inflexibles por vanidad y desidia. Como la más hembra encremó su cara, tomó la cartera, cortó su vestido de tela sombría y recorrió la vida. Así, con todo crió siete críos morenos disconformes que cambiaron a la fuerza, su marrón estigma. Escuchó a sus hijos inquietos negarla y renegarla por bronca y erectos de cambios, partir sin mirar. Los sintió al marcharse pero no atinó a detenerlos. Tenía tanto sueño como anhelos ellos se atrevían. Ella se echó a dormir, tranquila por sus rebeldías. Ellos no lo supieron, rebeldes... cambiando sus vidas.