Tras intentar una y mil veces traspasar el cristal que me separa de las libertades que construyeron mis sueños, por fín se me da a por confiar en decir lo que jamás he callado en actos, pero que siempre he ahogado en dichos. Ansío una verdad que me lastime la frente.
Llegó con la forma de un ejercito quemando aldeas y matando niños. Los hombres fueron muertos sin oportunidades y también vejadas las mujeres murieron. No hubo ojos desolados espectando, ni voces gimientes crepitando en el fuego, ni cronistas morbosos fotografiando la barbarie, ni muerte inútil, ni afueras con libertades. Era la vida el gran suceso inexplicable. Mientras yo contaba las monedas, esas pequeñas fracciones de poder que me permitirían, otro mes, tener un techo.
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