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Mostrando entradas de noviembre, 2007

Residuos

Esto me sirve sin dudas para adivinar la vida en el rostro de cada uno de los que pasan. Para practicar una invitación a escuchar alguna música a esa mujer que parece estar pensando como yo. Para hablar en voz alta y gritar los versos de un poema que prometo no escribir para no ponerme a su merced. Para volver a excusarme sobre las heridas revueltas e infectas por las que supuro pasado y fracasos. Para caminar por las calles sucias y mirar las piernas de las mujeres que desaparecen en los portales oscuros. Para comer a deshora y sin mantel sobre una mesa poblada de libros ilegibles y botellas vacías de aguas malditas. Todo el tiempo que abarca la soledad que abarca todo mi tiempo, me sirve, sin dudas, para conservar la cordura y no arrojarme al abismo de la bolsa donde terminan mis residuos inútiles.

Otro domingo

Después de caminar por la ciudad consumada en cien mil edificios invisibles y atravesar esa avenida despintada por diez mil autos útiles cada hora y mil árboles inútiles cada día he terminado en una plaza desierta hablando con un borracho que cuenta como balbuceando rezos, los cien proyectos con los que malogro su vida por dios y sobre el atardecer me pregunto diez veces porqué no he podido estar en una casa nuestra contigo, un domingo más.

Oferta

Una lluvia muda sobre el mar sediento. Una promesa de cielo limpio después de una noche. Una fresca brisa con sol para descansar del agobio. Una amarra para pensar en lo que nos haya embarcado. Una fuente de atención a sus inquietas decisiones. Una hoguera crepitando las horas de frío. Una voz de alivio para clamar su convicción. Una sonrisa a solas para reproducir sus olores. Una tibieza real para despertar de un sueño. Todo sólo para que me acompañe, usted señora, a evitar los silencios de mi cama sin besos.

Día y noche

Y llegará el día y al alba de un viejo remordimiento, que como un absurdo defecto te deja a expensas de nadie y de todos modos, serás atrapada en un grito callado, en un silencio sin formas, en un eco interno de mil remembranzas como un pensamiento obcecado que vuelve y vuelve y termina en el extremo de una verdad que se inventa a si misma y como a ti misma y por ti misma desmenuzada en esquirlas de sabidurías que confirman que eres la vida y eres la nada y eres el abandono de un vicio jamás a voluntad del cuerpo que implora un minuto más de lo que ocurrirá de cualquier modo y por lo que sea. Y llegará la noche en que la mirada de la muerte sea de tus ojos la atención y atravesarás la calle entre coches fúnebres, entre carrozas de carnavales negros, para sentarte en mi portal antes de un instante nada más, después de una vida nada menos y bajaré las escaleras, que ascendí en mis búsquedas de días y sombras y esperanzas y sabré cuán profundo es el camino de vuelta, sin senderos de alusi

Presagio

Ocurrirá un día sin prisas, con una luz celeste y fresca sobre los párpados con un sol amanecido que despierte o mate con cristales que encierren la calle humosa. Despertaremos de una vez y para siempre en el abrigo suave de un sueño final y la sombra nos dejara a solas llenando la habitación de un cielo enorme. Desde los peldaños nos aclamaran voces sin rostros indiferentes ni ojos ciegos y no necesitaremos abandonar las sábanas del alba de ayer para desandar las tareas. Habrá abierta una ventana hacia todo y los recuerdos serán como grumos de imágenes plasmadas como cicatrices de tiempos que se quemaron sin poder ser de otra forma. Estaremos tranquilos para entender con calma que únicamente la resignación de la tierra tiene sustancia de paz malograda y sabia por el empeño de no morir cada noche y nacer cada día. Nos desalojaran de las manos supinas las caricias negadas y los amores adeudados y de los pies tendidos, los pasos inhibidos y en el horizonte un paseo lapidario sobre el vie

Por temor

Llegué hasta donde mis pasos no eran impedidos por el desdén. Sucedió estar parado frente al peligro de realizar lo que íntimamente reservaba a las ilusiones auténticas y a las ingenuidades. Tomé un cuchillo de lengua ancha y corté las sogas que sostenían el puente. Olí el caer de los maderos. Oí el crujido de su llanto. Frente a sus ojos el abismo. Frente a mis ojos la calma. En el tiempo de ausencias y silencios desplegó sus alas y se acercó para continuar conversando de aquello. En mi, una duda: -Qué debo hacer cuando su voz trabaja en mi cuerpo?.

Cenizas

Cuando logró ser los ojos que no poseo observó lo que para mi era negado. Cuando necesité escucharlo sin indigencia fue silencio absoluto y negación insalvable. Cuando debimos ser lo que anhelábamos nos estallaron las manos sin estrecharnos. Luego ráfagas de silencios incesantes y más soledad en el abandono de la vida. Luego el fuego devorando la presencia y las cenizas al viento del olvido.

Fuera de casa

Sentado en la cama de un cuarto de hotel, que ampara el vestigio de incontables cuerpos, estoy solo. Sólo con un pensamiento que adivina que alguien estuvo antes en esa misma cama de ese mismo cuarto de ese mismo hotel solo y pensando que hubo alguien antes en un compás similar también solo.

Cuarenta y uno

Hoy es mi cumpleaños número cuarenta y uno, según reza una partida de nacimiento del 5 de noviembre de 1966 que no tengo en mi poder. Les ahorro la lectura de todas las cursilerías, conclusiones, reflexiones y otra serie de banalidades que se me ocurren y que empañan lo que en verdad quisiera escribir. Por lo tanto, me doy por saludado y les agradezco.

Hastío

Recorrí el pueblo de mi adolescencia con la mirada inyectada de islas de sauces y de un río que no ríe y de calles calladas en la prisa de la siesta. Era enero de verano penetrante y el sol que partía la tierra craquelaba el patio de la casa sin refugio para un perro de lengua interminable. La espesura del aire se cortaba con los chillidos de unos niños vecinos que se empeñaban en eludir tardíamente el chorro de agua de una manguera serpenteante. Laura dormía sus magias eróticas meciéndose en una hamaca a la sombra de un paraíso que apenas la salvaba de un infierno de cuarenta y dos grados. Me detuve frente a ella para mirarla conté las cuentas de mis celos y mi sudor, saboreé la saliva de mi sed insaciable y caminé hasta la estación del Mitre. Me subí al tren sin boleto de ida o vuelta para sentarme junto a una gorda sofocada que sostenía un pañuelo hace tiempo empapado por gotas anteriores a las de su frente. Padecí varios veranos con eneros de soles polvorientos y sombras de nada, a

Desgano

Salí apenas atardeciendo el sábado, para encontrarme con una colorada de tetas rosas y grandes como toda la pantalla de mi computadora. Al menos así se veían en el eme-ese-ene. Al llegar al bar que chorreaba soledades, noté que la colorada era enorme como mi desconsideración, por lo que me permití seguir de largo, desandando la vereda contaminada de baldosas flojas e imaginando a la colorada esperándome hasta la impaciencia. La noche me sabe a desgano entrando en la cuenta de los libros que no he leído, pensando en los besos sin destino que se me antojan, hurgando entre las caras que escupe la noche, dimensionando el fracaso expreso en mis bolsillos, ensayando seducciones tímidas en el vacío, alterando la última razón de mis tardanzas, repasando la lista de los que no visitaría, ignorando la lista de los que no me recibirían, conformándome con nada menos. Como siempre, terminé perdido en las periferias de una noche que se anunció como rebaño de diversiones pero que me devolvió alejado