“En el espacio de este minuto que dura la iluminación de una mentira, me construyo un pensamiento de evasión, me precipito sobre una pista falsa que mi sangre indica. Cierro los ojos de mi inteligencia y, dejando que hable en mí lo informulado, me brindo la ilusión de un sistema cuyos términos me sería imposible asir. Pero de este minuto de error me queda el sentimiento de haber hurtado algo real a lo desconocido. Creo en las conjuraciones espontáneas. En las rutas hacia las que mi sangre me arrastra no es posible que algún día no acabe por descubrir una verdad.”
A. Artaud: Un diario del infierno.
A saber:
La ciudad nos negó sus ojos aunque no su piel y desandando una geografía irrepetible nos abandonamos a las palabras que conformarán los eslabones de un factible grillete sin tragedias, pero por sobre todo sin voluntades planificadas.
Aprobé y respeté tus habilidades que evidenciaron esa forma de escuchar mucho, antes de hablar un poco menos. Pero en lo sintético de tu relato he podido leer algunos de tus miedos, tus faltas y tus tiempos transcurridos en no se cuántos contratiempos. Esos que nos suceden justo cuando no somos capaces de ser, sino lo que esperan de nosotros.
Es evidente que tenemos algo en común, ya que puedo asegurar la apatía que nos supone la forma irremediable de la vida. Aun más, cuando temprano, muy temprano hemos adquirido la suficiente experiencia que nos posibilitó ver y entrever cada minuto perdido y lo vertiginoso que transcurren los que nos quedan. Ahora nos urge y antes derrochamos hasta lo impropio, en el anhelo de una aprobación superlativa de seres irreversiblemente mediocres.
Supongo que seguiremos tan ingenuos como nos hayamos hecho, y tan negados como no hayamos tenido la capacidad de hacernos caso. Supimos embriagarnos con nuestra lucidez y la borrachera nos mamarracheó el ya caprichoso circuito en el que transitamos nuestras vidas. Entender, prever, adivinar o tan siquiera elucidar nos aburrió a tal punto, que hemos puesto nuestras destrezas y herramientas para construir mundos que irremediablemente abandonaríamos, aún a cuesta de alimentar una soledad obesa por la voracidad con la que se engulle lo invalorable, lo que nos queda aún por hacer.
Postergamos nuestras definiciones importantes intentando torcerle el codo a las definiciones de otros perfectos extraños. Porque no hay nadie más extraño a nosotros, que aquel que no puede definir una intimidad común a nuestro objetivo, refugiándose en estereotipos inconsistentes e insensibles hasta las lágrimas. Incluso cuando nuestra piel está disponible para descubrir el encanto. ¿Cuánto hemos escondido?. ¿Cuánto nos han ganado nuestros complejos y lo complejo de nuestras postergaciones?. ¿Conseguiremos por fin el estado de conciencia elemental que hemos deseado más que alimentarnos?. ¿Acaso la simpleza que arengamos nos seduzca realmente?.
No conformes y en la abundancia del tiempo que acumulamos por prever sabidurías que se nos revelaron antes de lo oportuno, nos animamos a más. Años para otros extraños que solo pretendían asirnos a una vida realmente simple y previsible, jugueteando con la posibilidad irrefutable de darle a beber de garantías, las que a la hora de confirmar hemos mandado a tomar por culo. Atropellando y hurtando para arrojar al mar, tradiciones, roles, religiones, idiosincrasias, géneros y otras tantas barreras y mandatos que no han significado sino un pequeño esfuerzo, un acierto, para ampliar nuestros innumerables argumentos. Arrojamos la botella con el mensaje a cualquier mar y en especial a los mares sin riberas, para que no ose volver, para que no sea leído.
Desde el centro de nuestras realidades, nos prestamos a presenciar el macabro juego de lo inevitable y lo indescifrable. Hemos duelado, con dolor devastador, las ausencias irrevocables. Sólo porque eso nos confirmó aun más el sin sentido, el sin estímulo, el sin sabor. ¿Entonces, qué nos queda?. Especular con otra oportunidad, aunque nadie pueda darnos muestras tangibles de verosimilitud o por lo menos, muestras tangibles de las reales posibilidades. ¿Qué más da?. Nosotros podremos hacer posible lo improbable. Pronosticaremos la infamia y nos pondremos más allá de lo que jamás nadie se atreva a negarnos. Volveremos sobre los pasos de humanidades enteras. Nos libraremos de ataduras ancestrales y mearemos contra los muros de nuestras imposibilidades. Solo nos fiaremos de nuestras capacidades manifiestas, de la capacidad de hacernos de las necesarias y de nuestra indiscutible aptitud para la supervivencia.
Eso somos: supervivenciales, seres especiales, procaces. Idiotas con carné de superlativos.
¿Quién puede creerse esto?. Sólo algún desorientado, uno de esos que nos encanta devorar.
Seguramente no sea yo capaz de imaginar todas tus habilidades para conducir a tales o cuales abismos… a tales o cuales saltos a cielos revocados. Seguramente no sea tan erudito como para descifrar tus acertijos. Seguramente tampoco logre adquirir la tijera que corte el hilo de tus máscaras. También es probable que no esté a tu altura. Pero te advierto no he arribado a tus riberas por obra de quién sabe qué azar. Estamos aquí porque las cosas se nos han complicado.
Las cartas están echadas ahora nos toca aliarnos o batirnos con otro tan mordaz como ni siquiera imaginamos. El propósito son las pruebas más concretas. ¿Podremos ser tan simples, como la simple estrategia que utilizamos para fregarle la cara al más osado?: Huy!, está roto… chinche poroto!.
La última pirueta: postergarlo.
El último temor: que se sepa.
El último desafío: animarnos a ser quién deseamos.
Una última verdad: abrir los ojos y asumir la torpeza de andar a tientas.
Para cerrar: no creas en esta provocación a menos que te revele algo.
En lo personal: me das ganas, probablemente no revistas peligro alguno.
La última voluntad: que me abandones.
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