Me entristece la corta edad del mendigo
que hace un aro con su mano a través del vidrio.
Aunque no cedo, a su pedido, me pregunto:
-¿Acaso tiene caso cambiar algo?.
-¿Acaso su destino será mejor que el mío?.
Sonríe me hace un guiño y camina
con el mismo aro de sus manos, hacia donde omito.
Volveré algún día a plantearme esto
pero ya estaré seco de sensiblerías y arremeteré.
Nuestra suerte se precipitará en un chasquido
y nuestros huesos y músculos, rotos y esparcidos.
Un aro de sombra nos empatará y abarcará
y cada casa quedará habitada por similares ausencias
y habrá quién llore y quién siquiera nos recuerde.
Cenizas del fuego que siempre funde
se mezclarán con la tierra del silencio,
y no llegaré más a aquella esquina,
y no veré ese aro que me entristece,
y no me preguntaré nunca más por la suerte.
Adivino que hemos nacido de igual forma
e igual y simultáneo será nuestro último designio.
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