Reclamo a quien escuche este pedido, a que por fin pongan todas las heces en los sacos de mi pertenencia.
Ruego que desconozcan el paisaje sutil de mi infamia y jamás se atrevan a develar ese misterio que desconoceré hasta entonces.
Suplico se me permita colgarme del rulo de esa estatua tan estática en la plaza de mi pequeña cama. Interpelo al mas osado de mis detractores, ya que su refugio le ha permitido estar ausente de mí.
Invoco al milagrero de la feria para que me deparé un poco más de lo que estoy dispuesto a pagarle. No exijo un gran destino, sólo uno un poco más distintivo, con una cuota de intrepidez y buena suerte en las desgracias inéditas.
Convoco a quienes desde sí no puedan asegurar, ni acertar, ni afirmar una razón; esa que se manifestó por cierto, desde la capacidad de improvisación que se desató cuando fueron acorralados.
Pongo sobre aviso que intentaré devolverme a la cordura. Aunque no entiendo muy bien de que se trata, ni en qué me terminaré convirtiendo. Haré caso de las recomendaciones, ya que si muchos se permiten tal estado, es probable que por fin logre dormir con calma. Aparente calma.
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