“Llegué a la laguna desconocida donde había muchas aves y por no saber de aves, imaginé que eran entes voladores que raptaban a los sueños. Repasé mi puño en ristre, galopé hasta donde estaban los entes con la bravura de toda mi energía más manifiesta, todas las aves levantaron el vuelo y acabé en el suelo. Quería volar y con mi puño acabar con aquellos terribles entes.
Una mujer algo gorda sacó de sus alforjas de cuero de sapo, un remedio para curarme, dijo que era una pócima muy famosa que podía curarlo todo, pero olía tan feo que la convencí para que me dejase curarme con un bálsamo especial, hecho con agua de la laguna y una planta de los montes olvidados, llamada albahaca.
Pronto me recuperé, estaba muy alegre por mi hazaña, pues había conseguido descubrir la laguna y que aquellos entes voladores se batieran en retirada. Me despedí con gracia y mucha cortesía, hasta la próxima aventura y me fui diciendo adiós con un sombrero que no era mío, pero me servía para la ocasión.”
Debí haberlo escrito cuando comencé con esto, alla por los 10 años. Gracias a Ana Atchondo, mi maestra de entonces. Un cariño.
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