Habíamos vuelto sobre nuestros pasos una vez más. Jamás nos acostumbramos a resignarnos al fracaso, por eso volvimos. También por la adicción que se adquiere por aquello que logra poner sobre la mesa lo peor de nosotros mismos. Los vínculos de la descendencia no siempre logran mejorar la situación. Al menos en nuestro caso fué así.
Aquella mañana de un lunes tan lunes, ambos renegamos de despertarnos juntos. Qué seguía sucediendo que eso aún sucedía?. Vaya uno a saber. Seguramente nos habían ganado nuestras negaciones. El día pasó sin vernos. La noche llegó para ambos.
Puedo asegurar que como siempre la ciudad se había tragado las estrellas del cielo. Que el fuego y la desazón, nos impedía mantenernos quietos. El aire sabía a disgusto, a incomodidad, a inconsciencia. Los errores eran indivisibles y evidentes. El maltrato ganaba el tono de cada palabra o cada expresión. Mirábamos con sentencia y la hora de dormirnos, otra vez juntos, se devoró nuestra consciencia, por última vez.
Aún resuena en mis inquietudes, tu iniciativa de comenzar a hablarme en la madrugada, no sé qué indicio te dio la certeza de que estaría lo suficientemente despierto para escucharte. Tuviste la valentía necesaria. En mi atmósfera resonaban los versos de Joaquín Sabina en “Y sin embargo”:
…y el lunes al café del desayuno
vuelve la guerra fría
y al cielo de tu boca el purgatorio…
No recuerdo muy bien tus acusaciones o mejor dicho no las quiero recordar. Recuerdo que yo ya no estaba allí, desde antes, mucho antes. Es natural, creo. Luego me expulsaste y vinieron irremediables, las noches. Noches frías, oscuras, y sin salidas visibles. Hasta que mas tarde que temprano, me incorporé. Ahora los tiempos son distintos, aunque me encuentren tan errante como entonces. Tan errante como siempre. Tan errante.
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