Ayer volví a ese pueblo,
el que por omisión no habita en mis recuerdos.
No sabría decir cómo llegué,
ni qué camino llevó mis pasos,
pero volví.
En realidad creo que volví,
porque todo me resultó familiar,
como si en alguna ocasión
se hubiese instalado allí y en mí,
el no entenderlo.
Cruce sus calles sin esquinas,
doble sus pasos.
Observé en sus vidrieras
lo que no he podido
y la imagen de quién ya no podré ser.
La gente de antes en el lugar de ahora
que es idéntico al lugar de siempre,
al de antes,
al del recuerdo,
al del rechazo y el desconcierto.
Tardé por cierto,
el mismo tiempo en recorrer
las mismas calles.
Negué por cierto,
el saludo a desconocidos
reconocidos.
Recreé el nombre
de su olvidada geografía.
Trepe sus muros inconclusos
y pise el césped prohibido de la plaza
de mi primer beso.
Llegué hasta la ribera a mirar
el río que no es el mismo,
nunca el mismo,
siempre marrón,
siempre de paso,
siempre mutando,
siempre tan mío.
De existir algo que uno puede valorar,
de haber vivido y sufrido en un pueblo,
es que se puede olvidarlo sin más.
Total que más da?,
si un día vuelves,
allí estarán intactas todas las cosas.
La plaza, la iglesia,
la escuela, la barranca
y la calle del centro.
El bar de siempre
y todos los recuerdos.
El de un primer amor
y un primer dolor
siempre nuevo.
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