Nuestra memoria de emociones ya cuenta con un vasto antecedente. Recreo, en este espacio temporal de ausencia, algunos de los sonidos de tu sonrisa celebrando una ocurrencia significativa que no tenía evidencias en mis historias. El olor de tu perfume decora mis sentidos en las largas charlas, y como una especie de bálsamo encantador hace que te hable con atrevimiento y desvergüenza, y responda, sin sustento mayor que la improvisación, algunas de tus formas de escudriñarme con el afán de elucidar esa forma de ser de la que me desprenderé en la misma confesión.
Puedo notar aquí y allí la niebla de algunas dudas y misterios que espesaron el ambiente con discusiones de sostén. Algunas partidas involuntarias e invitaciones a dejar, sin más, tus espacios despojándome de quién sabe qué liturgia de placer. También algunas ganas de irme aún cuando quedarme era lo oportuno. De crear un anecdotario no debería faltar un minuto de silencio y un duelo sentido para las lágrimas nuestras que ya no nos componían tras precipitarse por el pómulo henchido de sufrimientos replicados tan fidedignos como insuperados. Cuento también fojas de molestias que fijan precedentes y enojos manifiestos para inaugurar el crédito que necesita nuestra desbordante forma de sostenernos.
De aquí en más repito espacios para tantos besos de esos, que de tanto besarnos no hacen sino gestar el reflejo de continuar por siempre utilizando estos labios que tenemos, como una mano que acaricia más y distinto y mejor que las manos inquietas que, a la vez y en el mismo instante de coordinación absoluta, nos repasan atrevidas y curiosas, para reconstruirnos en la memoria de los deseos que manifestaremos ausentes. Sonrío sobre lo que pienso negarte a saber ahora mismo, tal como si no diera curso a algunas sabidurías recientes que me sonrojan. También permito utilizar éstas letras para aquello que nos alimentó el cuerpo que, sustraído en el regocijo, sólo se nos fue por la boca de tantos besos.
Miremos estas referencias en las que no nos parecemos a nuestros horizontes pero sí a nuestros deseos y ambiciones. Es curioso pero al principio algunas lluvias de nuestro primer otoño se empecinaron en repicar insistentemente, elevando de alguna forma nuestro frenético ritmo de presentaciones algo torpes, algo severas y por sobre todo muy sentidas. Una pausa para un beso. Otra.
Sigamos entonces agregando evidencias del desparpajo con el que me atravesé de lado a lado en tu cama. ¿Invasiones o invitaciones?. En ésta página un cuadro especial para tu pijama de mis tentaciones y la inmensidad de lo que provoca y convida. Dejaré mi huella en todo tu territorio para que jamás lo ocupe nada menor, ni tan siquiera igual. Me abandono en el abandono del conocimiento temporario o provisorio. No responderé por quién haya sido hace siete días antes de que me modifiques por ahora. Dejare mis huellas en tus sábanas y nos procurare las horas de soñar en dormir justo al lado de quién descubramos a gusto, al despertarnos. Tampoco olvides agregar el ademán que, de mis manos, viene a sacudir el polvo de los tiempos en tus pliegues mezquinos, en tus celos y en tus sentencias. Vengo a patearte el tablero y dejo por ello aquí asentada la prueba de mi zapato.
Están también de manifiesto las falencias que negamos y la eficiencia que deseamos, a saber del lado frágil de nuestras debilidades, algo así como una manía de poner énfasis en aquello que pende de hilos invisibles pero predominantes y que por cierto sabemos del deber de modificar. A no olvidar las provocaciones de toda estirpe en la que nos manifestamos al jugar a desentrañarnos para volvernos entrañables y extrañables. Así cómo ahora mismo me sucede mientras un autobús te lleva a este retiro. ¿Cuánto falta para que regreses?. Ni me lo digas. No ahora. Una pausa para los besos, un sino. Otro beso. Un futuro con el olvido que todo futuro toma y obliga. Una pausa... hasta hoy, interminable.
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