Navego mis dolores descarnados
capitaneando una nave de miserias,
que monta olas de rumores y cae
en un pozo y contra una espina de piedra tiesa.
No tengo el coraje de dormir
donde los vientos nocturnos silban
y donde mi alma se arrastra para ocupar
desganada, este corazón calamitoso e infame.
En los cajones del infortunio
yace el vestido perdido de la mujer
que debí haber amado, y que no recuerdo,
y un desierto arenoso y un destierro de ánimo.
La luz pudre el fruto de mis pasiones
embotellando las gotas del paisaje
de un cuerpo alejado de mi, muy alejado
por el que rompí un mapa de deseos y un silencio.
Se me antojó una mujer que gritó
lo que quería solo para y por si misma,
desde donde estaba esculpida en fracasos
y donde no supe llegar por ignorante y tonto.
No puedo culparla por completo,
culparla sería otra de mis mentiras,
otra dosis del veneno de las serpientes
que trazan huellas caprichosas en mi negación.
Debo irme a la lluvia, a la intemperie
que deshilará una desgracia de siempre
para tejer artesanalmente la comprensión
de otro merecido y provocado y esperado naufragio.
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