Sin hacer mucho caso de la convocatoria, la gente se movía como si una única voluntad las dirigiera, así como las marionetas de un enorme circo infantil, iban o venían pero siguiendo un compás, un guión, un único sentido. Feriantes, mercachifles, choripaneros, oportunistas, músicos, militantes políticos y otros como yo, solitarios involuntarios, se movían por el predio. La autonomía les bastaba para hablar de cosas que nadie podía escuchar, ni yo que los observaba podía elucidar algo más que el murmullo general.
El lugar es agradable pero retiene el grito conmovido de algunos dolores indescifrables que ya no se escuchan, pero que vibran desde el suelo que a todos nos sostenía. Desde los pies de cada uno trepaba hasta la razón el eco de aquellos dolores que generaban las manos de la injusticia y la desidia enorme, de los verdugos autores de la década infame que no supimos evitar y que debemos disponernos a llevar como una marca imborrable, un estigma.
Lo que nos sucedió como pueblo deberá ser parte de nuestras miserias, esas que debemos recordar a fuerza de la amenaza de una repetición.
La noche, centelleaba el discurso de los oradores de turno y la tormenta cada vez con más ganas se acercaba para dejar su impronta vital en los cuerpos de todos. Mi ignorancia in vacua, no sabría elucidar si es verdad lo que cuenta la película que relata la fuga que se produjo en la Mansión Seré, cuando los sobrevivientes semidesnudos se escaparon bajo una lluvia torrencial. Qué mas da que sea verdad?. Lo cierto es que mientras rugía el León en el escenario invitándonos, desde el recuerdo de su historia personal y musical, a que no olvidásemos nada ni a nadie; comenzó a llover. La tormenta evidentemente no quería perderse el rugir de rey de éstas selvas y por sobre todo venía a terminar de ilustrar el dictado del recuerdo. Así fue, indiscutible, inmensa, inevitable. Se me antoja que esa lluvia cómplice, es la misma que arropó a aquellos jóvenes hombres que por la fuerza de la inocencia y las convicciones más profundas lograron burlar el destino volátil y violento que le imponían sus captores. Entonces muchos quizás, conscientes o inconscientes de la real convocatoria y de la lluvia torrencial, recuperaron su autonomía y comenzaron a fugarse también del lugar. León se negó hasta el final a renunciar y acallar su rugido y los cuerpos de los presentes empapados saltaban negándose a irse antes del último.
Desde tiempos inmemoriales todos los hombres del mundo entendieron que la lluvia es el signo mas evidente de la vida y esta noche para mi fue así de concreta. A pesar de haberme quedado con ganas de más canciones de la conciencia, también me fugué de la Mansión Seré bajo la lluvia. Miré a cada uno que tuve alrededor y algo me dice que todos entendimos el mensaje sin la menor distorsión: “Memoria y vida”. Memoria de pueblo y vida inclaudicable.
Aún llueve, aún no me he secado. Terminaré este relato de un momento a otro y me secaré antes de dormir con la grata convicción de haber aprendido hoy, algo importante: “Memoria y vida”.
Castelar, 25 de marzo de 2007.
Mansión Seré – Conmemoración del 31 aniversario del golpe de estado del 24-3-1976.
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