Porque siendo lo único gravitante que inició mi grave vida
me desangro por tu dolor minuto tras minuto.
Yo que sufrí y sufrí desmedro con el niño
que mataste contra mi espalda desmedidamente,
cuando extirpaste el brote de su tallo ya sin guía.
Yo que sufrí el frío y la intemperie
y el desconcierto temprano
y la necesidad descubierta
y la impotencia de la ignorancia
y el resquemor de penas no demandadas
y la humillación de la larga espera.
Yo que incrementé el despojo
de todo cuanto amara y la pérdida
y así y sin más
que enfermo o insomne
como tantas veces
o sólo susceptible a todas
las miserias de la especie,
me rodeé de soledades confiables.
Yo que a veces he bregado
con fantasmas intimos
que poblaron mi lenta
retracción insobornable;
cómo no desangrarme piel adentro al percibir
tu demacrada imagen por años de errores
mujer madre de mis años tristes
cuyos labios, resecos por la culpa,
a veces le extendieron a mis lágrimas, una sonrisa.
Las mismas lágrimas que riegan la impotencia
de venganzas premeditadas e indulgentes,
a las que no atinaré por compasión.
Yo que tragué mis demandas
con guarniciones de distancias incunables
y desamparo de verdades tras mentiras
y miradas sobre un pasado inconcluso,
hoy puedo comprender sin perdonarte,
porque el tiempo me ha entredicho
que ya no debo esperar más mi propia infancia.
He sacrificado los muñecos de mi niñez,
he perdido la inocencia de tus culpas
y aun así no logro sentirme a gusto
con tu presencia invisible,
testigo de cuánta es y fué,
tu ausencia y tu descuido.
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