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La cena fría


Muerto de miedo como un niño que recibirá su castigo solo por no saber aun, cuánto y cómo se paga por un error, me niego a llegar a tu lado porque se que aún huelo a su piel y sus favores.

En verdad no quise hacerlo, pero su voz…, pero su sonrisa y sus ojos de fuego me tentaron a su calor de entrañas. A saber, sigo siempre errando por mis ignorancias y este deseo terrible de conocer o descubrir algo que me modifique para siempre, esta curiosidad que me embriaga y me domina, hace que vea en cada cosa que desconozco la posibilidad de entender una sola razón. Esa misma razón que me servirá para todo y para cada cosa.

Juro que entré a ese bar sólo para demorarme un poco, unos minutos, los que un café o los que una copa y allí estaba su sonrisa, como esperándome, desde quién sabe cuándo. Ajeno a mi timidez me acerqué a ella y sin más le pedí el favor de besarla. Accedió. Ni mi comportamiento, ni su resultado tenían registros en mi memoria. Le hablé, luego del beso, largo rato, y ella reía con verdaderas ganas, sin dudas estaba logrando ser muy gracioso. Entre una y otra cosa que se me ocurría decirle, se escurrían copas y besos y exageradas risas y desmesurados tiempos. Luego su alcoba y toda esa piel toda suya… y todo ese aroma todo suyo… y todo ese calor tan suyo… y ahora mío o para mi.

Nos despedimos con alegría y con gestos de cortesía, que se me ocurre los habré visto en alguna película. Sonreí sentado en un peldaño de su escalera el tiempo que me llevó recordar que me estarías esperando para cenar, seguro nerviosa, seguro furiosa, seguro desconcertada. Me paré de un salto y emprendí con prisa y desesperación mi vuelta a casa. Estarías enojada y preocupada. Habrías llamado ya a mi trabajo y a la policía. Corrí por las calles como un vendaval del demonio y ahora que ya estoy en nuestro portal no hago sino sudar y tiritar de miedo. Estoy espantado.

Quizás deba huir y jamás volver a verte. Quizás deba subir y excusarme con mentiras, o enojarme por tu exagerada reacción, o peor aún... decirte la verdad. La que jamás comprenderías, la que por poco descreerías, la que te destroce el alma.

La cena fría se quedará en la mesa y el mismo cuerpo que hace poco menos de un momento tembló de gozo, será invadido por la culpa, la desazón y por sobre todo, por una reacción no acorde a las circunstancias. Llorarás y gritarás y me quedaré sin una razón. No sé qué hacer. Me quedaré aquí en el portal hasta que amanezca, lloraré por vos y lloraré por mi. Quizás cuando el sol caliente mis huesos y salgas de casa como cada mañana, ya no me importe tu castigo, aun así tu silencio ilustre todo lo que nos hemos perdido para siempre.

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