Y llegará el día
y al alba de un viejo remordimiento,
que como un absurdo defecto
te deja a expensas de nadie
y de todos modos,
serás atrapada en un grito callado,
en un silencio sin formas,
en un eco interno de mil remembranzas
como un pensamiento obcecado
que vuelve y vuelve
y termina en el extremo
de una verdad que se inventa
a si misma y como a ti misma
y por ti misma desmenuzada
en esquirlas de sabidurías
que confirman que eres la vida
y eres la nada
y eres el abandono de un vicio
jamás a voluntad del cuerpo
que implora un minuto más
de lo que ocurrirá
de cualquier modo
y por lo que sea.
Y llegará la noche
en que la mirada de la muerte
sea de tus ojos la atención
y atravesarás la calle
entre coches fúnebres,
entre carrozas de carnavales negros,
para sentarte en mi portal
antes de un instante nada más,
después de una vida nada menos
y bajaré las escaleras,
que ascendí en mis búsquedas
de días y sombras y esperanzas
y sabré cuán profundo
es el camino de vuelta,
sin senderos de alusiones,
sin huellas de presunciones,
sin sospechas de cavilaciones,
para hacerme de tu rostro
y besarlo con resignación
de cenizas y sabia derramada,
en el ocaso de la luna
que nos revela la soledad
del cielo que ya no será
sino devorado por los ojos
de los que se queden,
para llorar disminuidos
sobre sus manos.
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