De izquierda a derecha: Indeciso y desconcertada. El ciego y su esposa. El infiel. La asistente social. El guardavidas. Hace algunos años, ya no tantos ni tan pocos, habíamos tomado casi involuntariamente la costumbre de reunirnos, o más bien, de vernos a menudo. Éramos un grupo no muy grande de personas disímiles. Alguno era músico, otro cosechero, uno guardavidas, otro sólo era vago. Solía acudir un ciego y su linda esposa, un prestamista, un taxista, un sastre, un mecánico, un indeciso novio de una desconcertada, una secretaria, una enfermera, una médica, una diseñadora de interiores con un interior escabroso, una ingeniera no sé en qué, un pochoclero, un militante, una asistente social novia del sastre, un acompañante terapéutico, un psicólogo algo pesado, y creo que algún otro que ahora no recuerdo. Vaya!. Que no éramos tan pocos!. No había una razón tangible para frecuentarnos. Entre otras cosas: Solíamos prestarnos cosas, sólo por el gusto al agradecimiento o al reproche. Compa
Habitaré tibiamente tus entrañas para salirme y volverme minúsculo, incompleto, ínfimo. Llenaré de silencio los mares, cruzaré de lado a lado la tierra. Volveré mi vista una y otra vez, para descifrarte y encontrar el canal que me devuelva. Lloraré mis dudas. Me haré más en vientres extraños, para ver el ciclo y elucidarlo. Abdicaré. La tierra me hará suyo, y me abandonará en lágrimas y sudor el agua. El viento me llevará consigo a dispersarme en otros ciclos. El fuego flameará mi olvido. GOC.