"Una muestra de lo que no hay que escribir cuando se participa en un concurso que organiza una empresa."
Currículum Vitae
El túnel del subterráneo vomitó, con cuatro minutos de retrazo, la formación que se estacionó en el andén y abriendo sus bocas atiborradas, nos tragó también a todos, los que como yo, esperaban más o menos detrás de la línea amarilla, por precaución.
-Por suerte, un asiento!. -Me desplomé en él con la mirada perdida en el bolsillo del ejecutivo que tenía a no más de treinta centímetros de mis narices. En parte, por cómo me sentía y en parte, por no enfrentar los ojos de la anciana que me disparaba dardos con los que trataba de persuadirme para que le cediera ese pequeño tesoro que es un asiento en las horas pico, en cualquiera de los medios de transporte público de Buenos Aires.
Venía de la décima entrevista laboral de éste mes y de la centésima vez que no fui seleccionado. Un puesto justo para mi perfil, si hubiese adquirido hace quince años, la experiencia y los conocimientos sobre informática, que poseo a los cuarenta, tras más de veinte largos años preparándome y acumulando experiencia. Por lo menos tuvieron la deferencia de hacerme saber que no quedaría seleccionado y no me enviaron de vuelta a casa con un: -Nos comunicaremos con Usted a la brevedad. ¡Una mierda!.
Mis ahorros se esfumaron y no sé cómo voy a pagar las cuentas de éste mes. -La cabeza me va a estallar! –pensé. Levanté la vista en dirección contraria a donde estaba parada la anciana y me detuve un segundo en un pibe de unos dieciocho años que llevaba una gorra de béisbol del tipo de las que usan los norteamericanos. El convoy aún permanecía en el andén, probablemente alguien había trabado la puerta intentando subir, y ahora habría que esperar unos segundos para que se ponga en marcha de una vez. Todos murmuraban en elocuentes signos de fastidio. Hacía calor y cada segundo era insoportable allí abajo. El tren arrancó para zambullirse en el túnel por el otro extremo del que había llegado. El pibe de la gorra giro la vista, me miró, sonrió y se acercó. Mientras venía hacia mi empujando sin el menor cuidado a los demás pasajeros, me esforzaba en recordar si lo conocía de algún lado. No supe quién podría ser cuando, ya al lado mío, me dijo:
- ¡Hola amigo!. ¡Qué cara de orto que tenés!. Todo liso, eh?!.
- Hola. No sé quién sos y no creo que te importe mi cara como sea que la tenga.
- Uh!. Bueno… qué áspero!. Todo bien amigo, no pasa nada. Hasta donde vas?.
- Hasta la última estación.
- Uh!. Qué viaje!. No te acordás de mi, no?.
- No, no es que no me acuerdo. No sé quien sos.
- Hace un rato te pedí un cigarro ahí en la puerta del McDonald’s y me diste el paquete de diez con el último que tenías. ¡Qué bien amigo!. ¡Estuviste liso!.
- Ah, sí… ahora me acuerdo. La cagada que no tengo más cigarrillos y tampoco guita para comprar. ¿Vos hasta dónde vas?.
- Hasta dónde pinte. Me pungueo a uno de estos giles y me bajo. ¡Eh!. No te pongás nervioso. No seas ortiba. No serás buche vos, no?. Eh, amigo?.
- Mientras no me metas en quilombos a mí, hace lo que se te cante el culo.
Habían pasado una o dos estaciones, no sé bien. El pibe de la gorra se movió rápido y se paró al lado de una mujer que hablaba con su celular muy animadamente. En el hombro de la mano con la que se colgaba del pasamano, llevaba su bolso. Iba bien vestida y su pelo estaba cuidado. En uno de los movimientos del tren y con la habilidad de un mago, el pibe de la gorra, abrió el bolso de la mujer. Fui el único que lo vio sólo porque estaba atento a él, ya que me había contado lo que haría. En el siguiente bamboleo, metió su mano y, frente a todos pero a ninguna mirada, se guardó la billetera en el bolsillo de su pantalón. Siguiente estación, el tren se detiene. El pibe baja entre muchos otros. Por la ventana que estaba detrás mío, pude verlo unos cuantos metros más adelante en el andén, mientras abría la billetera y hacía, con mucha rapidez, un ademán extraño. El tren se puso en marcha. Cuando estuve frente a dónde estaba parado, me arrojó un peso con cuarenta envueltos en un billete de dos pesos. Tres pesos con cuarenta es el precio de un paquete de cigarrillos de veinte, de la marca que yo fumo. Lo miré y desde el medio del andén me hacía señas de que me comprará cigarrillos y me los fumara en su nombre.
Aún me faltaban varias estaciones. Me paré y cedí mi asiento a la anciana. Me acerqué un poco a la mujer y le avisé que llevaba su bolso abierto. Sin dejar de hablar por su celular, cerró el bolso y me agradeció con un gesto. Tranquilo, me colgué del pasamano y seguí mi viaje. Ahí reparé en que el vagón estaba lleno de carteles publicitarios, entre ellos me detuve en uno de la empresa de subtes que promocionaba un concurso literario sobre anécdotas de viajes y que premiaban al ganador con tres mil pesos. -Si tan sólo supiera escribir, -me dije- sí que tengo una historia.
Me bajé en la siguiente estación. Compré un paquete de diez cigarrillos y me guardé el resto del dinero del pibe de la gorra. Ayudé a un señor, que empujaba a un lisiado, a subir un tramo de la escalera mecánica detenida, porque no encontramos el ascensor u otra forma de salir de allí abajo en una silla de ruedas, con más comodidad. Salí del túnel y en la plaza me puse a escribir este relato detrás de las hojas de mi currículum vitae. Tenía la oportunidad y no me la iba a perder sin intentarlo. -A lo mejor me gano unos pesos sin tener que trabajar, después de todo lo intenta todo el país. -pensé.
Currículum Vitae
El túnel del subterráneo vomitó, con cuatro minutos de retrazo, la formación que se estacionó en el andén y abriendo sus bocas atiborradas, nos tragó también a todos, los que como yo, esperaban más o menos detrás de la línea amarilla, por precaución.
-Por suerte, un asiento!. -Me desplomé en él con la mirada perdida en el bolsillo del ejecutivo que tenía a no más de treinta centímetros de mis narices. En parte, por cómo me sentía y en parte, por no enfrentar los ojos de la anciana que me disparaba dardos con los que trataba de persuadirme para que le cediera ese pequeño tesoro que es un asiento en las horas pico, en cualquiera de los medios de transporte público de Buenos Aires.
Venía de la décima entrevista laboral de éste mes y de la centésima vez que no fui seleccionado. Un puesto justo para mi perfil, si hubiese adquirido hace quince años, la experiencia y los conocimientos sobre informática, que poseo a los cuarenta, tras más de veinte largos años preparándome y acumulando experiencia. Por lo menos tuvieron la deferencia de hacerme saber que no quedaría seleccionado y no me enviaron de vuelta a casa con un: -Nos comunicaremos con Usted a la brevedad. ¡Una mierda!.
Mis ahorros se esfumaron y no sé cómo voy a pagar las cuentas de éste mes. -La cabeza me va a estallar! –pensé. Levanté la vista en dirección contraria a donde estaba parada la anciana y me detuve un segundo en un pibe de unos dieciocho años que llevaba una gorra de béisbol del tipo de las que usan los norteamericanos. El convoy aún permanecía en el andén, probablemente alguien había trabado la puerta intentando subir, y ahora habría que esperar unos segundos para que se ponga en marcha de una vez. Todos murmuraban en elocuentes signos de fastidio. Hacía calor y cada segundo era insoportable allí abajo. El tren arrancó para zambullirse en el túnel por el otro extremo del que había llegado. El pibe de la gorra giro la vista, me miró, sonrió y se acercó. Mientras venía hacia mi empujando sin el menor cuidado a los demás pasajeros, me esforzaba en recordar si lo conocía de algún lado. No supe quién podría ser cuando, ya al lado mío, me dijo:
- ¡Hola amigo!. ¡Qué cara de orto que tenés!. Todo liso, eh?!.
- Hola. No sé quién sos y no creo que te importe mi cara como sea que la tenga.
- Uh!. Bueno… qué áspero!. Todo bien amigo, no pasa nada. Hasta donde vas?.
- Hasta la última estación.
- Uh!. Qué viaje!. No te acordás de mi, no?.
- No, no es que no me acuerdo. No sé quien sos.
- Hace un rato te pedí un cigarro ahí en la puerta del McDonald’s y me diste el paquete de diez con el último que tenías. ¡Qué bien amigo!. ¡Estuviste liso!.
- Ah, sí… ahora me acuerdo. La cagada que no tengo más cigarrillos y tampoco guita para comprar. ¿Vos hasta dónde vas?.
- Hasta dónde pinte. Me pungueo a uno de estos giles y me bajo. ¡Eh!. No te pongás nervioso. No seas ortiba. No serás buche vos, no?. Eh, amigo?.
- Mientras no me metas en quilombos a mí, hace lo que se te cante el culo.
Habían pasado una o dos estaciones, no sé bien. El pibe de la gorra se movió rápido y se paró al lado de una mujer que hablaba con su celular muy animadamente. En el hombro de la mano con la que se colgaba del pasamano, llevaba su bolso. Iba bien vestida y su pelo estaba cuidado. En uno de los movimientos del tren y con la habilidad de un mago, el pibe de la gorra, abrió el bolso de la mujer. Fui el único que lo vio sólo porque estaba atento a él, ya que me había contado lo que haría. En el siguiente bamboleo, metió su mano y, frente a todos pero a ninguna mirada, se guardó la billetera en el bolsillo de su pantalón. Siguiente estación, el tren se detiene. El pibe baja entre muchos otros. Por la ventana que estaba detrás mío, pude verlo unos cuantos metros más adelante en el andén, mientras abría la billetera y hacía, con mucha rapidez, un ademán extraño. El tren se puso en marcha. Cuando estuve frente a dónde estaba parado, me arrojó un peso con cuarenta envueltos en un billete de dos pesos. Tres pesos con cuarenta es el precio de un paquete de cigarrillos de veinte, de la marca que yo fumo. Lo miré y desde el medio del andén me hacía señas de que me comprará cigarrillos y me los fumara en su nombre.
Aún me faltaban varias estaciones. Me paré y cedí mi asiento a la anciana. Me acerqué un poco a la mujer y le avisé que llevaba su bolso abierto. Sin dejar de hablar por su celular, cerró el bolso y me agradeció con un gesto. Tranquilo, me colgué del pasamano y seguí mi viaje. Ahí reparé en que el vagón estaba lleno de carteles publicitarios, entre ellos me detuve en uno de la empresa de subtes que promocionaba un concurso literario sobre anécdotas de viajes y que premiaban al ganador con tres mil pesos. -Si tan sólo supiera escribir, -me dije- sí que tengo una historia.
Me bajé en la siguiente estación. Compré un paquete de diez cigarrillos y me guardé el resto del dinero del pibe de la gorra. Ayudé a un señor, que empujaba a un lisiado, a subir un tramo de la escalera mecánica detenida, porque no encontramos el ascensor u otra forma de salir de allí abajo en una silla de ruedas, con más comodidad. Salí del túnel y en la plaza me puse a escribir este relato detrás de las hojas de mi currículum vitae. Tenía la oportunidad y no me la iba a perder sin intentarlo. -A lo mejor me gano unos pesos sin tener que trabajar, después de todo lo intenta todo el país. -pensé.
¿Y por qué no?
ResponderEliminarA mí me parece que un poco trabajado este cuento podría ser buen material para un concurso.
Me gustan sobre todo tus diálogos, aunque desconozco las expresiones argentinas tiene un ritmo muy bien logrado.
hola Gustavo, he leído tu relato y me resultó muy entretenido y verídico... no sé porqué no iba a poder ganar un concurso... aunque no hay que fiarse de los premios... el que algo reciba un premio no quiere decir que sea mejor que cualquier otra cosa... un premio son unas cuantas personas que componen un jurado, nada más... es decir, son una parte pequeña de lo que puede ser una crítica más generalizada.
ResponderEliminara mí también se me escaparon algunos términos de tu relato... pero no me impidieron comprender de lo que hablabas.
bicos,
Aldabra
Muy interesante la anécdota, se parece mucho a las cosas que todos vivimos en el subte, en el tren, en el bondi, en la cancha, en la calle, en... todos lados.
ResponderEliminarA mi, la verdad, que me daría un poco de cosa premiar un cuento que habla de esa manera de quien organiza el concurso. Pero de alguna forma hay que mover el avispero para ver si algo cambia.
Si es que todavia puede cambiar.
J.
Me encanta que la gente saque punta de cosas sencillas, de historias cotidianas que se vuelven transcendentes, que las emociones se desplieguen y exista sinceridad en los relatos. La salsa de la vida es las pequeñas anecdotas diarias, me gusta mucho como lo reflejas. Estoy atento a tu relato en narrador.es de mañana. Un saludo Gustavo.
ResponderEliminarComo la vida misma. Ahí seguimos, aguantando, resistiendo, viviendo.
ResponderEliminarAbrazos desde los océanos y las tierras lejanas.
preciosas y precisas palabras,
ResponderEliminarme gustó mucho
(intuyo q esa gente sepa algo de literatura)
abrazos...
Gus... como siempre...
ResponderEliminarun placer necesario, estar con vos en necesaria amigo...
Tengo que contarte varias cosas...
besos
Te pido disculpas por tener otro punto de vista.
ResponderEliminarSi es ficción, es un mal ejemplo de enseñanza; y si es cierto es lamentable la actitud.
"La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa" =Albert Einstein=
Y muchos pueden creer que es un comportamiento habitual en vos, aunque yo suponga que es ficción.
¿Pudiste mirar a la mujer a la cara y "avisarle" que tenía el bolso abierto?
¿Como mejorar una sociedad sin involucrarse?
Mirá lo que dice sobre los Alemanes en: http://www.comunidadquijote.com.ar/?p=161
Impecable lo de ayudar al lisiado. ESO dice MÁS de vos.
Un abrazo.
Luis
buen relato, si, amigo, casi me has copiado mi vida de hace dos meses buscando trabajo, pues como si hubieses tenido una cámara en mi cabeza. a ciertas edades, y más como anda españa, te tratan con poco respeto, no importa que tengas experiencia, al menos aquí y ahora, lo que le importa al empresario pagar poco, tan poco que solo los que no tienen que soportar una craga familiar, hipoteca etc aceptan dichos trabajos ya que no le importa al empresario dar un buen servicio a sus clientes sino ganar dinero
ResponderEliminarla crisis, qué crisis de Supertramp era cierta
un abrazo
La verdad es que es un "Mal cuento" Prefiero leer maria elena walsh... y como veridico prefiero a Felipe Pigna ... Este es otro gran intento segui intentando...
ResponderEliminarsuerte con el proximo intento espero poder leerlo lo antes posible
un abrazo
a Todos: La empresa lo que espera es algo asi como lo que hizo Lerner.
ResponderEliminarLuis Quijote: Es sólo un juego de espejos. Es ficción hiperrealista, incluso lo del discapacitado.
No se lo que hizo lerner (no puedo entrar al link desde la oficina), pero sí puedo decir que un relato en donde se muestran las miserias del transporte, no creo que salga nunca ganador en esa clase de concursos.
ResponderEliminarPor otro lado, los personajes no tienen mucha profundidad, aunque no sé si había un límite de extensión o algo así.
Salu2!
Pewrdón si ofendo a alguien pero estuve leyendo los comentarios sobre este relato.
ResponderEliminarA mí, el relato me pareción muy bueno, me gusta la forma de contar algo de la vida de alguien, como cotidiano, un momento, unos pensamientos, unos sentimientos de tal modo que podamos comprender por qué lo dice y cómo se siente. Para´mí, con eso es bastante como para decir que el relato está bueno.
No entiendo por qué otros en comentarios se habla de un modo evaluativo o juzgan la acción de quien relata. ¿¿¿??
Como lectora, digo: me gusta.