Era regordeta y sus manos eran fuertes para fregar y fregaba sus mañas y la roña extraña de la ropas ajenas. Era malhablada y su lengua era ligera para deletrear y leía lo que no entendía y enseñaba a hablar a hijos ajenos. Era carnal y sus piernas eran firmes para amar y amaban con frecuencia y abrigaba en ellas hombres ajenos. Era generosa y su espalda era ancha para cargar y cargaba los trastos y dejaba su orden en casas ajenas. Era reservada y sus ojos prontos para fluir y lloraba con rabia y sufría con furia dolores ajenos. Era decidida y se sabía madre de sus hijos y de los hijos de sus hijos y construía su casa blanca con patio. Ofelia, era así hace un tiempo. Casi todo el tiempo que ya pasó. Hoy, teje otros sueños con el estambre hilado con sus manos débiles, con su lengua mordida, con sus piernas temblorosas, con su espalda inclinada y con sus ojos cortos que intentan mirar a través del ruido que sus propios nietos orquestan en su
Habitaré tibiamente tus entrañas para salirme y volverme minúsculo, incompleto, ínfimo. Llenaré de silencio los mares, cruzaré de lado a lado la tierra. Volveré mi vista una y otra vez, para descifrarte y encontrar el canal que me devuelva. Lloraré mis dudas. Me haré más en vientres extraños, para ver el ciclo y elucidarlo. Abdicaré. La tierra me hará suyo, y me abandonará en lágrimas y sudor el agua. El viento me llevará consigo a dispersarme en otros ciclos. El fuego flameará mi olvido. GOC.