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Mostrando entradas de 2009

Desidia

Sobre el caos una brisa tenue se abre paso entre la leve realidad que retuerce las tripas de los que se han olvidado la cara de todos y el hambre de todos. Sobre el ruido un silencio casto rompe la rueca y el engranaje estalla en las cabezas adustas de los que maldicen la espontanea forma de reproducirse de los pobres. Sobre el día que termina un claroscuro verifica la verdad como el ciego frente a lo intagible que cae dormido e ignorado por la bronca ajena por el dolor propio por el orgullo y por la desidia.

Zapatillas

Aquella tarde el Colo le afanó unas zapatillas a un pendejo del centro, que huyó descalzo y asustado como monito huérfano. Es que por la noche se presentaba el Cuarteto Jarama en el club social y deportivo y seguro que iría la Fátima. La Fátima era la hija de la Susana, que a su vez era la hija de la partera que atendió al Colo cuando nació en el ranchito del Barrio Obrero, donde vivían sus padres… cuando vivían. La madre se le murió el mismo día en el que él nació. Luego se le murió el padre en un accidente; venía en uno de esos pedos que se agarraba para olvidar a su mujer muerta y una camioneta lo atropelló en una esquina. Así que el Colo se quedó solo cuando tenía un año, más o menos. Lo importante es que esa noche había baile y seguro que iría la Fátima que además de ser la nieta de la partera, tenía un culo inolvidable. Ya bañado en la estación de servicio, el Colo comenzó a peinarse a las ocho de la noche. Preparó las “choreaditas” y bien temprano salió para el baile. No sabía

Porque aún no sé...

Les dejo aquí anécdotas de navidades, año tras año y de cumpleaños con ausencias y sin edad. Les dejo aquí primeros días de clases en marzos con calor aún, como en aquel año, años atrás. Les dejo aquí un listado de madres con pañuelos, que los siguen buscando, en la misma plaza. Les dejo aquí un listado de hijos y de nietos que hoy conocen sus nuevos, nombres verdaderos. Les dejo aquí otro listado con abuelos, hermanos, tíos, primos, sobrinos, vecinos, maestros y obreros, sin olvido. Les dejo aquí noticias de justicias que aún no llegan e injusticias de siempre, que se vuelven nuevas. Les dejo aquí la memoria de casi todo el pueblo que aún sufre y sangra por heridas viejas. Les dejo aquí mi nombre y mi identidad y vida para aquellos que no los quieren ni nombrar. Les dejo aquí la flor que aún no sé dónde dejar y me sangra en los ojos que no dejarán de buscar. 1976 - 24 DE MARZO - 2009 Por la memoria de los 30.000 desaparecidos. No olvidamos – No

Creciente

  Su imagen se diluye en el barro que trepa por su cuerpo desde sus pies descalzos. Su grito se esfuma en el bramar del agua que arrastra a sus críos aún dormidos. Su mirada enloquece mientras gira y sus manos no llegan a atrapar las pequeñas manos. Después, apenas un instante después, el silencio a bocanadas duras y un brazo que la sujeta a su pena. Después, apenas un instante después, una pesadilla para siempre y un juguete que traga la corriente.    

Maldigo

  Y arrojé  la piedra contra el vidrio  y a pedazos ahora, siento frío.    Y apagué  la luz contra mis sombras  y a oscuras ahora, siento miedo.    Y acallé  la alegría contra mi boca  y en silencio ahora, siento penas.    Y una vez más  maldigo las torpezas  y este ejercicio de libertad mal entendida.    Y una vez más  maldigo por abandonarme  a la intemperie de mis dudas y temores.     

El imbécil

  Su dolor se enreda  en la furia enrojecida y  en el sabor acongojado  de la aspiración áspera,  mientras mueren los pájaros  de las libertades sin alas  detrás de su espalda  siempre cansada.    Sus ojos arden  en la hoguera ciega y  en el atardecer amargo  de las jornadas obradas,  mientras se hunden los barcos  perdidos en la estela lisa  llevado por una u otra  torpe arrogancia.    Sus manos duelen  en los bolsillos vacíos y  en el peso muerto del absurdo  de la sal en la sangre,  mientras las puertas cerradas  oscurecen la ciudad en sus vértices  ajena a todos y a todo  el duelo de lo emocional.    Su boca se cierra  en los rezos fatalistas y  en el recinto de una palabra  que eterna se pierde,  mientras las voces inaudibles silencian  alterando el orden de una melodía  que se suspende en la cuerda  de una caja sordomuda.    Y siempre,  ese dolor que se enreda  en la furia de sus ojos y  en sus manos vacías  mientras su boca muerde  esos

Quién es quién...

De pronto alguien golpeó la puerta como para derribarla. Me apresuré a atender con el afán de regañar a quien golpeaba con tanto violencia. Al abrir, me encontré con una hermosa desconocida que destilaba desesperación por todos sus poros. - ¡Mi nombre es Alejandra y Pepe Galliano me dijo que me ayudarías! Por favor dejame pasar... - dijo agitada y mirando a los lados como si la persiguiese alguien. - Entiendo. Pasá, tranquilizate y contame en qué puedo ayudarte. - ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Tenía miedo de que no me recibieras. Cerrá la puerta, por favor... No sé bien por dónde comenzar. Es largo... - su nerviosismo era conmovedor. - Por decirme quién es Pepe Galliano, estaría bien.- le contesté, mientras le alcanzaba un vaso de agua.  

Autocrítica

Gracias Martín Sakamoto, por darme el pie para escribir éste intento de relato, que si bién no es autobiográfico, bien podría serlo. Celebro tu amistad. Gustavo Camacho. Un sábado a la mañana de la primavera del ochenta, me voy a la estación del ferrocarril en San Pedro, tenía en ese entonces casi catorce años. Estaba algo bajoneado y el tren era un objeto que me desahogaba. Era un símbolo de esperanza. Algo así como mi salvador rampante que venía y me daba la oportunidad de salirme de toda la mierda del pueblo, de la chatura. Allí estuve un rato en un banco del anden, distraído y planeando cómo robarme el tremendo reloj que colgaba justo en el medio del alero. Era un reloj doblecara, inglés, de la marca B.A y R. Gillett & Co., de cuadrante blanco circular y con los números romanos en negro, el marco era de madera pintada de rojo. Una verdadera belleza. Esto de ir y sentarme planificando el robo era algo que me gustaba mucho. Nunca consideré eficaz o viable, ninguna de las formas

Inútilmente

Perdí en mi cama la conciencia de mis sueños como el melonero que desbarranca su carro, como el encantador que se inyecta la serpiente, como el pescador en las redes del alcohol. Abandoné en mis letras la razón de mis palabras como el carpintero recostado en el baldío, como el pregonero al morder su propia lengua, como el cazador suicidado de un disparo. Negué a mi suerte el festejo de su encuentro como el aventurero que no sabe dónde está, como el marinero encallado en la bajante, como el comediante en su trágico final. Vacié los rojos deseos de mi boca sin verbos como la bestia que tropieza con su huella, como el mentiroso devoto de sus fábulas, como el titiritero que amputa sus manos. Y en esta cruzada de mí contra mí mismo, renegué de la vida inútilmente, porque en el vacío final y oblicuo tu mano... tu leve mano desparramó en mi espalda una caricia.