Hoy Buenos Aires amaneció pequeña, estrecha, atiborrada y fría. Sus veredas como cintas de cemento se escurren bajo mi pié quebrado. Desde una ventana esa mujer mira hacia mi, hacia mi cara en la calle. Hace frío y la pena cuenta tantas cuentas como la alegría y juntas yacen detrás de paredes que me tienen sin cuidado. Un niño corto de suelas se abraza a si mismo y juega al fútbol con una botella que rueda calle abajo y termina aplastada por un automóvil sin patente. En la próxima esquina está el café enfriándose en la mesa de un bar sin diarios. No tengo dónde ir y ella ha decidido no esperarme. Mi mente emite intermitencias y un silencio viscoso se apodera de aquello a lo que no puedo dar importancia. Miro la hora en mi reloj pequeño. Miro esta Buenos Aires pequeña y me siento grande, algo mayor, cansado. Pienso en que ya esta siendo hora de terminar con este asunto.
Habitaré tibiamente tus entrañas para salirme y volverme minúsculo, incompleto, ínfimo. Llenaré de silencio los mares, cruzaré de lado a lado la tierra. Volveré mi vista una y otra vez, para descifrarte y encontrar el canal que me devuelva. Lloraré mis dudas. Me haré más en vientres extraños, para ver el ciclo y elucidarlo. Abdicaré. La tierra me hará suyo, y me abandonará en lágrimas y sudor el agua. El viento me llevará consigo a dispersarme en otros ciclos. El fuego flameará mi olvido. GOC.