El sueño era sueño de viernes. Sueño después de una semana con actividades de semana a semana, rutinarias y cansadoras. El frío se despedía de un mayo quedándose en el anden para tomar el tren de junio de otoño, en una Buenos Aires agitada y silenciosa.
Un corte de luz. Una vela encendida en el departamento de la soledad de una anciana que no sopló la vela antes de dormirse para siempre, por si acaso le venían ganas de ir al baño a mear en la madrugada. Por desgracia las ganas de mear no le vinieron y el fuego se comió el pabilo y la cera de la vela. Luego el mantel. Luego la mesa de madera vieja. Luego todo lo demás. Las manos del fuego y la mordaza del humo, se consumieron también a la anciana y a su perro.
No satisfecho, el humo ansioso, salió a los palieres y aprovechando cualquier rendija se coló a otros departamentos. Uno de ellos, y sólo dos pisos más arriba, velaba el sueño de mi niña. Eran las 5.30am del sábado 31 de mayo. Hora en la que el sueño con todo su peso se desploma sobre las camas. Temprano para despertar. Tarde para conseguirlo.
Hay sueños livianos. Son esos sueños de los que siempre se reniega. Esa forma de dormir en vilo que nunca consiguen un descanso pleno y por el que siempre se reniega. Como siempre ha renegado la madre de mi niña. Patricia se llama. Patricia es el nombre de la mujer a la que he amado hasta lo indecible, pero que nunca fui capaz de manifestarlo de tal forma que aún nos permita permanecer juntos. Tampoco fue de tal forma como para que aún pueda ser ese mi deseo. Pero eso no viene al caso.
Patricia, no tiene solo el sueño liviano, sino también una obsesión por los olores. Eran las 5.45am y se despertó sobresaltada. Sus ojos pronto dieron cuenta de una visibilidad reducida y su olfato detectó el visitante letal que ocupaba, junto con ella y mi niña, el departamento. Reaccionó con la velocidad del instinto y sujeta a un coraje que no le conocía, despertó a mi niña, tomó unos abrigos, tomó aire o lo poco que quedaba de el en el ambiente, abrió la puerta y sin dejarse ambas, inhibir por el humo denso y la visibilidad nula, se echaron escaleras abajo para escapar sin otra garantía que el deseo de salvar sus vidas. Bajaron los escalones sin saltearse o trastabillar en ningún peldaño. Nada podía verse. Pero los pies autómatas, guiaban con precisión los pasos. El ambiente era irrespirable. Solo la convicción de la supervivencia las precipitó hasta la calle. Ambas lo consiguieron.
Luego la ciudad y el frío y los gritos de los vecinos.
Luego la calle y el frío y apenas unas medias.
Luego caminar sin rumbo y el frío que ahogaba la sirena de los bomberos y la policía.
Luego subirse al auto, las llaves en el bolsillo del abrigo, y el frío, y andar sin destino por calles que resguardaban otros peligros. Luego el edificio donde viven unos amigos y el frío, y el timbre sonando en esas horas que solo presagian una desgracia.
Luego el cobijo de Pascual, Mercedes y su hija, compañera y amiga de mi niña.
Poco a poco la calma y el llanto y la prisa por contarlo y el teléfono para avisarme.
Acababan de salvarse.
Acababan de parirse una a la otra.
Acababan de inaugurar un nuevo vínculo, cómo si el amor de madre e hija no les bastase.
Me uní tan pronto como pude para abrazarlas, para llevarlas a un hospital en el que nos dirían que milagrosamente no se habían intoxicado en los muchos minutos que habían inhalado el humo asesino. Luego el sábado último de mayo y la dulce voz de mi hija aseverando:
- Papá, fue como si tuviésemos ojos en los pies. –y su madre asintiendo con la cabeza, segundos antes, de dormirse ambas en mi cama. Lejos de olor imborrable, de los restos del infierno, de los ruidos de los vecinos que como hormigas restauran su hormiguero. Cerca de un recuerdo que permanecerá por mucho tiempo manifestándose como todo temor que siempre vuelve.
Porque ser agradecido es siempre una virtud y en la cuenta de que no soy de quienes son asistidos por la fe, voy a hacerlo asi:
Gracias Patricia por tu rápida reacción, por tu sueño liviano, por tu obsesión en el olfato y por sobre todo por todo el amor a nuestra niña.
Gracias hija por tu existencia, por tu voluntad vital, por tus enseñanzas sobre el amor y por sobre todo por tu enorme valentía.
Gracias a ambas por continuar en mi vida.
Me dio escalofríos el relato y claro se me aguaron los hojos. Que descripción maravillosa de Pilar "ojos en los pies". Que claridad de reacción y claro, el instinto que te lleva a aguidzar todos tus sentidos y capacidades.
ResponderEliminarQue bueno que las dos están bien. Un abrazo.
Gracias a ti por compartir relato tan sensible que sólo refleja una hermosa historia de amor.
ResponderEliminarMi piel se ha erizado y las lágrimas han salido. El saber que están bien ha permitido a mi alma regresar a mi.
Gracias otra vez por hacerme sentir.
Una sensacion terrible la del fuego y el humo...el realcto da escalofrios por cierto...me alegro enormemente Gus de que todos esten bien y no haya sido mas que un susto y en un tiempo, solo una anecdota ...
ResponderEliminarLes mando un abrazo fuerte fuerte fuerte
Cecis (nuevamente no puedo comentar desde mi cuenta)
Uuuupppsss... perdón, puse "hojos" en lugar de ojos...
ResponderEliminarComo siempre Gus, cuando describes tus sentimientos superpuestos a esta tragedia, como lo hacés, uno siente que está ante un sostenedor del lenguaje del corazón, que se entrelaza con mis fibras cardíacas y no se describir lo que me pasa. Supe del infortunio, de la encomiable reacción de Patricia y Pilar, de la alegría inmensa de saberlas bien, por lo menos de la salud física y del papel que jugás en sus vidas. Me emociono y tiemblo en cada momento que dedico a pensar en lo que pasaron ellas que también ocupan un lugar de ternura en mí y sólo quisiera que me sientan compartiendo estos días para que sepan que estoy allí, con ustedes. Un abrazo al escritor que serás "cuando Pili sea grande", Beatriz.
ResponderEliminarGustavo, leerte es un placer...
ResponderEliminarte extraño y mucho!
estoy en momentos difíciles...
mil besos enormes como el mar..!
Dios¡ Que historia.Qué bueno que esta haya tenido final feliz
ResponderEliminarHay que felicitarte, la vida te regaló el más bello premio.
Y hablando de premios.He estado ausente, alejada, por eso no habita buscado el tuyo.Lo acabo de hacer.
Gracias Gustavo.A finales de semana lo entrego.Por ahora adorna mis artilugios
Gracias mil, y felicidades por ese final tan lindo de tu historia
Besos Gizz
si ella lo dice sentirá ojos en los pies...pero de seguro tiene unos fastuosos y sublimes ojos en el alma !
ResponderEliminarsaludos a los tres
Paulina.
El final, no sólo feliz, sino también revitalizante. De esto se tratan las nuevas oportunidades de la vida y el amor. Esos toques. Que bueno, lo de tu hijo y lo de tu señora. Lo de los tres.
ResponderEliminarSaludos! Mabel.
http://ebelina.blogspot.com
Poemas·dis·Cursivos
Yo viví un incendio en mi casa, también me despertó, aunque era ya por la mañana. Mi hermano estuvo a punto de morir, y nos salvamos porque mi padre estaba ya despierto. Es algo que nunca olvidas, y el olor y el sonido del fuego te persigue toda la vida.
ResponderEliminarMe alegro sinceramente de que estén bien.
Un beso.
LIA
Terrible lo sucedido, Gustavo.
ResponderEliminarPero debes tener presente que tu niña y esposa son las alertas que uno necesita para seguir viviendo.
Son las señales, son los encuentros.
Les dejo un abrazo a los tres.
Alicia.
Me hiciste acordar que hace muuuuchos años, vi saltar a mi madre de su cama y levantarme casi en el aire, al escuchar la sirena de los bomberos deternerse en la puerta de nuestro edificio. Y salimos volando por las escaleras igual que ellas.
ResponderEliminarComo vos decís, debe ser propio del instinto.
Me alegro que hayan podido dormir en tu cama esa noche. Aunque sea de prestado.
Muchos besos.
Guau!
ResponderEliminarQué historia
(y que bueno que haya tenido un final feliz)
(y qué bueno que la pudiste transformar en literatura, y así desplazarla a un lugar más dulce)
Saludos!
un deleite leerlo, como siempre.
qué lindas tus historias y tu modo de contarlas!
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