Atestado de encontrados sentimientos
en un callejón sin reservas ni obligaciones
me desprendo de un atavismo cíclico
y me vuelvo cada vez más torpe.
Recurro a un dolor
precursor,
presumido.
Y difiero
con senso consensuado
entre las pardas espaldas
de mis antepasados
que pasan ante mí.
Reconozco una mueca
en la rueca del desatino
y me desangro en andas
de una procesión
que cede
y cesa.
Más tarde el sol se pone
su rojo manto y se hunde
en las lágrimas marrones de mi río.
Existe una forma
de saber a fango
de la espesura
del comienzo
la locura
que apena
apenas mis palabras.
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