Entre las casas del pueblo
hay una cama con manta verde
y en esa cama una mujer
anciana y negada
muere por temor
al ridículo.
No ha podido contenerse
y el calor húmedo
ha mojado sus trapos
evidenciando su cuerpo
irreverente.
Sus hijos están en la sala
disputando un turnero
de involuntarios sacrificios.
Ninguno sabe que ella
ha decidido no necesitarlos
pero un hedor a orina rancia
viene a darles el mensaje.
Se escuchan protestas.
Se abre la puerta del cuarto
en el que el aire se ha quedado intacto.
Se escucha un suspiro.
Estalla un llanto.
Pero la nada
ha presentado
su impronta
implacable.
Uno de ellos sale al patio
y quema el almanaque
con un fósforo encendido
que arranca de su bolsillo.
La mujer ha muerto por fin
y desde hace tiempo.
Uff... la muerte es uno de esos temas tan recurrentes y a la vez tan difíciles de abordar.
ResponderEliminar¿Cómo escribir de la muerte sin tentarse en un escape (de la misma), en una mirada superficial o sin derrapar por una ficción pomposa?
Yo no lo sé,
pero usted le ha tocado el culo con maestría,
y ha salido ileso.
Grande!
Buenísimo... El final es perfecto... y el principio... Me ha gustado mucho..
ResponderEliminarQue duro. Es como dice Ikeda: "las personas embriagadas por la jactancia de su juventud suelen sentir rechazo hacia la gente anciana. Los hombres embriagados por el orgullo de la salud sienten aversión por la gente enferma. Y los seres humanos, embriagados por el orgullo de estar vivos, aborrecen la muerte. Pero al apartar la mirada de la vejez, la enfermedad y la muerte..." y otras miserias que hacen el rejunte. Retrataste muy bien una situación que se repite demasiado.
ResponderEliminar"la nada ha presentado su impronta implacable" Me quedo con ese verso rotundo. me he paseado por tu blog y me ha gustado. Saludos
ResponderEliminarGustavo se nota mayor precisión en tus "intentos". Esto me ha gustado mucho, al igual que todos las últimas cosas que publicaste. ¡No dejes de intentarlo nunca! Un abrazo. Hernán.
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