Y sobre el día de los días,
los minutos se arrastran hasta caer
mustios y disipados,
sobre los adoquines de hielo
de una calle que se inclina insolente.
Hacia los costados empinados
y por donde se despeñan transeúntes
se escurren las laderas mugrosas
de un precipicio sin vértigo.
Alguien de traje azul, se acuclilla.
Arranca un adoquín con sus manos
y lo arroja contra la vidriera.
Algunos se incorporan y roban
los maniquíes y sus ropas.
Otros roban un lavapies automático.
Otros un televisor para ciegos
o para sordos o para mudos.
Luego, todo se derrumba
y el destino inevitable
ya no tiene futuro.
...y el destino inevitable
ya no tiene futuro.
...y el destino ya no tiene futuro.
Tal vez un rayo de sol restituya la fe, tal vez la gente se sonria y alguien ponga adoquines alli donde otros los han quitado...
ResponderEliminarTal vez algunos se incorporen alguna vez para tararear una cancion de esperanza...
Excelente Gus, como siempre...
Un abrazo!
Gustavo,
ResponderEliminartendemos a arrastrar la fe, llevarla al límite de la desesperanza, pero que nos espera tras un destino sin mañana??? debe haber algo más que un silencio.
Gustavo!!!!
ResponderEliminarRecen por casualidad he descubierto que estás escribiendo de nuevo!!!
Me acabo de inscribir para recibir tus entradas
Vaya alegrón!!!
Excelentes versos adoquinados...como siempre!!
Envuelvo de besos uno de esos adoquines...y los lanzo sobre tu vidriera cristalina, con todo el cariño POETA!